BODEGONES BERLINESES
Mundos por Javier Ordóñez. Leer texto...
Mundos fundidos no significan para Erika mundos confundidos. Ella supone que coexisten los vivos y los inertes, que algunos cadáveres todavía conservan algún tipo de vida, que artefactos y vegetales mantienen entre sí conversaciones a veces inteligentes, que las máscaras quien sabe si pueden ser rostros. Ella atiende a todo lo que no tiene importancia, y esos mundos le muestran lo efímero en un acto de exhibicionismo burlón. Primero su mano los rescata del lugar impreciso donde reposan su fatiga, los presenta en la nueva sociedad de objetos imposibles, tolera su amor y su fusión; después, su ojo guía el objetivo de su cámara para distinguirlos, aislar los elementos de los objetos complejos, dejándolos libres de reconstruirse en nuevos espacios y adquirir otros significados.
Las construcciones de Erika son experimentos y su fotografía se convierte en el testimonio de esa actividad. Sólo por ello se dejaría denominar fotografía experimental, y por nada más. Cada objeto tiene detrás una forma de vida diferente, cada uno muestra un envejecimiento distinto. Los metales que componen una ventana adquieren un significado propio cuando el cristal se rompe en añicos y unos brazos la transportan a su cementerio. Un balón de futbol, esfera turgente para los sueños de unos niños, adquiere boca y sonrisa al ser abandonado sin aire, sin pneuma, en un patio de barbecho. La celulosa de un espino sirve de andamio donde el plástico se acomoda para ver el mundo.
A lo largo de su vida Erika disfrutó con los misterios de los mecanismos, desguazó sus juguetes, deconstruyó sus corazones de metal. Prefirió siempre las cajas de mecanismos usados a los altares de muertos. Después de un tiempo de vivir en una corte donde los cadáveres insultan a los vivientes en las tabernas, decidió iniciar un viaje al país donde los artefactos comparten la ciudadanía con los reinos humanos. Así llegó a la ciudad sede de uno de los paraísos de las bicicletas, poblado por centauros en parte humanos, pero montados sobre ruedas frágiles. Aprendió a deslizarse por los espacios abiertos de un lugar donde agua, tierra y niebla amalgaman el paisaje. La ciudad le enseñó a mirar, a descubrir objetos amputados que le sugerían nuevas historias. Híbrida y veloz hizo suya la ciudad y quiso convertir algunos elementos de su nueva montura en protagonistas de sus mundos. Cadenas rotas de antiguas bicicletas y cámaras asmáticas se entrelazan en abrazos con otros fragmentos de mundos anteriores a la decadencia, y emergen de ellos o se funden con vidrios, en otros tiempos estrellados sobre los adoquines, o replican las acciones de otras vidas vegetales. El submundo de las almas de metal y caucho de las bicicletas desguazadas expresa el dinamismo de una ciudad destruida que se reconstruye usando la imaginación que nace de bosques y lagos y ayuda a regenerarse usando los materiales sobrantes que sobrevivieron a la devastación.
Delante de su cámara reposan los objetos de un nuevo mundo inventado, así Erika los coloca con el cuidado de los pintores barrocos que preparaban bodegones de vidas muertas. Sin embargo se diferencia de aquellos en prestar vida a lo que nunca vivió, en destruir simbolismos obvios. Sus espacios no recogen la decadencia de las vanitas sino la regeneración de una nueva objetividad construida con tiempo y con luz. Se fija no sólo en el cristal que le permite ver la transparencia, sino en materiales traslúcidos de plásticos que exhiben la insolencia de la quasieternidad y desea atrapar el matiz de una luz que se ensucia al atravesar esa basura aristocrática. A veces siente la tentación de aprehender esos nuevos objetos en una imagen irrepetible; entonces Erika rastrea en la herencia de los magos naturales y convierte la fotografía en una huella única, convertida en una prueba de lo efímero de las nuevas identidades, al menos tan banales como las de los objetos naturales.
Buscando testigos para su actividad, encuentra su aliado primordial en una mirada sostenida que emana de una cabeza que siempre fue sólo eso, construida para conseguir conmover e inquietar. Ella será quien nos guíe más allá de las fronteras de nuestro mundo cómodo donde creemos que los objetos son unívocos.
Para quien busque filiaciones conviene advertir que Erika no pertenece al nutrido grupo de viudos de Frida Kahlo, más bien debe rastrear su inspiración en los trasteros donde reposan los juguetes olvidados de cualquier lugar del mundo.
Copyright © Javier Ordóñez 2011 :_ Todos los derechos reservados
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Worlds by Javier Ordóñez. Read Text...
For Erika, fusing worlds does not mean confusing them. She believes that the living and the inert coexist, that some corpses retain some kind of life, that appliances and vegetables hold occasionally intelligent conversations, that masks could be faces, who knows. She pays attention to all the things that don’t matter and these worlds reveal the ephemeral to her with mocking show-offery. First her hand rescues them from some vague resting place, introduces them into the new society of impossible objects, tolerates their love and mingling; then her eye guides her camera lens to tell them apart, isolate the elements of complex objects, leaving them free to rebuild themselves in new spaces and gain new meanings.
Erika’s constructions are experiments and her photography documents this activity. For that alone it should be called experimental photography. Behind every object lies a different way of life, each one ages in a different way. The metal of a window frame takes on its own meaning when the glass shatters and arms come to carry it to its grave. A football, swollen sphere of boyhood dreams, gains a mouth and a smile when it is abandoned, airless and breathless, in a neglected yard. The cellulose of a thorn becomes a scaffold where plastic can settle to watch the world go by.
All her life Erika has enjoyed the mysteries of mechanisms. She tore apart her toys and deconstructed their metal hearts. She has always preferred boxes of old devices to altars to the dead. After living for a while in a land where corpses insult the living in bars, she decided to travel to a country where artefacts share citizenship with the human realm. Thus she arrived in a city that is one of the world’s bicycle paradises, populated by centaurs, part human but riding on fragile wheels. She learnt to slip through the open spaces of a place where the landscape is made up of water, earth and mist. The city taught her to look, to discover amputated objects suggesting new stories. A quick-witted mongrel, she made the city her own and set about turning elements of her new environment into protagonists of her worlds. Asthmatic cameras and the broken chains of old bicycles embrace other fragments of pre-decadent worlds and emerge from them, or melt into glass once smashed against cobble stones, or replicate the behaviour of other, vegetable lives. The underworld of the metal and rubber souls of dismantled bicycles expresses the dynamism of a destroyed city that is reconstructing itself through an imagination born of woods and lakes and regenerating itself using left over materials that survived the devastation.
The objects of a newly invented world lie before Erika’s camera. She places them there with all the care of a baroque painter preparing a still life. The difference, however, is that she gives life to things that never lived, removing obvious symbolisms. Rather than the decadence of the vanities, her spaces contain the regeneration of a new objectivity made from time and light. She observes not only glass that lets her see transparently, but also translucent plastic materials with the insolence of the quasi-eternal, and attempts to capture the subtlety of light muddied as it passes through this aristocratic rubbish. Sometimes Erika is tempted to catch these new objects in one unrepeatable image; then she delves into the heritage of wizards and turns the photograph into a unique trace, a proof of the ephemeral nature of these new identities, no less banal than those of natural objects.
In seeking witnesses for her activities, Erika’s chief ally is the sustained gaze of a mind that has always had this sole purpose, made to move and disturb. She is the one who guides us beyond the frontiers of our comfortable world, where we believe objects to be unambiguous.
If you’re looking for affiliations, it should be noted that Erika does not belong to the large tribe of widows of Frida Kahlo, but rather digs up her inspiration from the rubbish tips where forgotten toys can be found in any part of the world.
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Welten von Javier Ordóñez. Text lesen...
Verschmolzene Welten bedeuten für Erika nicht verworrene Welten. Sie nimmt an, dass das Lebendige und das Leblose nebeneinander existiert, dass manche Leichen immer noch irgendeine Art von Leben bewahren, dass sich Artefakte und Pflanzen manchmal auf intelligente Weise unterhalten, dass Masken, wer weiß, vielleicht Gesichter sind. Sie beachtet all das, was keine Wichtigkeit hat, und diese Welten zeigen ihr das Kurzlebige in einem Akt von spöttischem Exhibitionismus. Zunächst rettet ihre Hand sie von dem unbestimmten Ort, an dem sie ihre Erschöpfung lagern, sie stellt sie der neuen Gesellschaft von unmöglichen Objekten vor, lässt ihre Liebe und Verschmelzung zu; dann leitet ihr Auge das Objektiv ihrer Kamera, um sie zu unterscheiden, die Elemente von den komplexen Objekten zu isolieren, so dass sie die Freiheit haben, sich in neuen Räumen wieder aufzubauen und andere Bedeutungen zu erwerben.
Die Konstruktionen von Erika sind Experimente und ihre Fotografie wird zum Beweis dieser Tätigkeit. Schon allein deshalb sollte sie als experimentelle Fotografie bezeichnet werden, und wegen nichts anderem. Jedes Objekt hat eine andere Lebensform hinter sich, jedes zeigt eine unterschiedliche Alterung. Die Metalle, aus denen ein Fenster besteht, erlangen eine eigene Bedeutung, wenn das Glas in Splitter bricht und Arme es zu seinem Friedhof bringen. Ein Fußball, gewölbte Kugel für die Träume einiger Kinder, erhält Mund und Lächeln, als er ohne Luft, ohne Atmung, in einem brachliegenden Hof zurückgelassen wird. Die Zellulose des Weißdorns dient als Gerüst, auf dem es sich das Plastik bequem macht, um die Welt zu betrachten.
In ihrem Leben genoss Erika die Geheimnisse der Mechanismen, nahm ihre Spielsachen auseinander, zerlegte ihre Herzen aus Metall. Sie zog immer die Schachteln gebrauchter Mechanismen den Altären der Toten vor. Nachdem sie einige Zeit in einem Hofstaat gelebt hatte, in dem Leichen die Lebenden in Tavernen beschimpfen, entschloss sie sich, eine Reise in das Land zu beginnen, in dem Artefakte das Bürgertum mit den menschlichen Königreichen teilen. So kam sie in die Stadt, die Sitz eines Paradises für Fahrräder war, bewohnt von Zentauren, zum Teil menschlich, die aber auf klapprigen Rädern fuhren. Sie lernte, durch die offenen Räume eines Ortes zu schlüpfen, an dem Wasser, Erde und Nebel mit der Landschaft verschmelzen. Die Stadt lehrte sie zu sehen, amputierte Objekte zu entdecken, die ihr neue Geschichten nahelegten. Hybrid und schnell eignete sie sich die Stadt an, und sie wollte einige Elemente ihrer neuen Ausrüstung in Hauptdarsteller ihrer Welten verwandeln. Kaputte Ketten alter Fahrräder und asthmatische Schläuche verschlingen sich ineinander in Umarmungen mit anderen Teilstücken von Welten, die der Dekadenz vorausgingen, und sie tauchen aus ihnen auf oder sie verschmelzen mit dem Glas, das zu einer anderen Zeit auf den Pflastersteinen zerschellt ist, oder sie erwidern die Handlungen anderer pflanzlicher Leben. Die Unterwelt der Seelen aus Metall und Kautschuk der verschrotteten Fahrräder drückt die Dynamik einer zerstörten Stadt aus, die sich wieder aufbaut, indem sie die Vorstellungskraft verwendet, die in Wäldern und Seen entsteht, und sie hilft dabei sich zu erneuern, indem sie die übrigbleibenden Materialien verwendet, die die Verwüstung überlebt haben.
Vor ihrer Kamera ruhen die Objekte einer neuen, erfundenen Welt, so ordnet Erika sie mit der Sorgfalt der barocken Maler an, die Stilleben von totem Leben vorbereiteten. Allerdings unterscheidet sie sich von jenen dadurch, dass sie demjenigen Leben verleiht, das nie gelebt hat, dass sie offensichtliche Symboliken zerstört. Ihre Räume greifen nicht die Dekadenz der Vanitas auf, sondern die Regeneration einer neuen Objektivität, errichtet durch Zeit und Licht. Sie bemerkt nicht nur das Glas, welches ihr erlaubt, die Transparenz zu sehen, sondern auch die durchscheinenden Materialien aus Plastik, die die Anmaßung der Fast-Unendlichkeit zur Schau stellen, und sie möchte die Nuance eines Lichtes einfangen, das schmutzig wird, wenn es durch diesen aristokratischen Unrat hindurchdringt. Manchmal verspürt sie die Versuchung, diese neuen Objekte in einem einmaligen Bild einzufangen; dann durchsucht Erika das Erbe der natürlichen Magier und verwandelt die Fotografie in einen einzigartigen Fingerabdruck, verwandelt in einen Beweis des Kurzlebigen der neuen Identitäten, die wenigstens so banal sind wie die der natürlichen Objekte.
Auf der Suche nach Zeugen für ihre Tätigkeit findet sie ihren vorrangigsten Verbündeten in einem anhaltenden Blick, der von einem Kopf ausgeht, der immer nur dieses war, ein Blick, der dazu erschaffen wurde, zu berühren oder zu beunruhigen. Sie ist diejenige, die uns weiter führt über die Grenzen unserer bequemen Welt hinaus, in der wir glauben, dass die Objekte eindeutig sind.
Für denjenigen, der Verwandtschaften sucht, ist es ratsam darauf hinzuweisen, dass Erika nicht zu der vielköpfigen Gruppe der Witwer von Frida Kahlo gehört, er sollte lieber seine Eingebung durch die Rumpelkammern schleppen, in denen die vergessenen Spielsachen eines beliebigen Ortes der Welt ruhen.
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